La ruina de las personas

El prestigio y los méritos personales han estado, son y serán la ruina de los individuos y de las diversas comunidades de cristianos.

Las grandes herejías y las grandes divisiones entre los cristianos han venido de los dirigentes más cualificados. El protagonismo de los dirigentes es especialmente pernicioso siempre y en todo lugar. Los dirigentes dinámicos hacen cosas de prestigio y fácilmente se valoran a sí mismos y son valorados. Pero si en el centro no hay el poder de la Cruz, hay el del diablo. Mas bien dicho en la medida que no hay la Cruz de Jesús, hay la obra del diablo. Es triste y tan frecuente de ver que dirigentes de todo tipo imponen demasiado sus maneras de ver y actúan demasiado en exclusiva, bien creídos que eso les pertenece y que tienen obligación! Por alguna cosa en las congregaciones de religiosos y religiosas se solía sutbrallar la necesidad de rezar mucho por los superiores. Y he sentido decir con tristeza y sin ningún remordimiento a gente muy seria que las grandes comunidades Carismáticas siempre que fracasan o menguan es por culpa del protagonismo de los dirigentes. Y no puede ser por eso que la Renovación Carismática sea menos carismática? Esto no es una acusación. Pero queremos acabar con una afirmación contundente: La primera cosa que todos hemos de desear con toda el alma es esta: Morir a nosotros mismos en virtud de la muerte de Jesús.
Y esto no se hace una vez a la vida sino que se va repitiendo a lo largo de la vida. Es la única buena preparación para una buena muerte en Cristo, la definitiva, la que nos ha de introducir para siempre en la vida perdurable.

La tierra propicia a recibir la palabra del diablo es el orgullo que conduce en definitiva a la rebelión. La montaña del orgullo tiene dos vertientes: el prestigio y los méritos personales.

Hace falta que seamos tasadoresnada mas nos podemos gloriar de la cruz de Cristo. Fuera de ella no hay vida perdurable, y todo aquello que parece consistente es pura y estúpida vanidad. Nuestras obras buenas que no están hechas desde el poder que nos entran por el hecho de morir a nosotros mismos en virtud de la muerte de Jesús no valen nada, bien nada. Nuestras penas soportadas para tener méritos de nosotros mismos no valen nada, bien nada, mas bien son pecados, no son obras del amor de Jesús que actúa en nosotros y nosotros en Él, sino obras de un orgullo camuflado y estúpido.

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